domingo, 5 de febrero de 2017

TEORIAS SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS Y SU DEMOSTRABILIDAD


La búsqueda de una Causa Primera que explique el ser y el obrar contingentes de todas las cosas de este mundo es precisamente la búsqueda de Dios, puesto que por Dios entendemos el ser que es causa de sí mismo y origen primero de cuanto existe.
Sobre el problema de la existencia de Dios ha habido distintas posiciones entre los filósofos a lo largo de los tiempos.
a) Algunos -muy escasos en la historia del pensamiento- niegan su existencia. Son los llamados ateos. Quizá los más característicos de la historia sean los modernos marxistas. Una forma especial de ateísmo es el panteísmo, que identifica a Dios con el conjunto del Universo y le niega un carácter personal y distinto del mundo. Tal es el caso de Espinosa (siglo XVII), que ya conocemos, y de los antiguos estoicos.
b) Otros autores declaran que Dios es incognoscible, es decir, que nada podemos saber de su existencia. Son éstos los agnósticos, que no niegan que Dios exista, sino sólo el que podamos llegar a su conocimiento. Cabe citar entre ellos a Kant y a los antiguos epicúreos.
c) Un tercer grupo de pensadores -el más extenso- afirma que Dios existe, y que de algún modo podemos conocerle. Pero entre ellos hay también distintas posiciones:




1.ª Algunos sostienen que a Dios se le conoce de un modo directo, inmediato: que Dios se hace patente a nuestra experiencia. Son estos los ontologistas (Malebranche, Gioberti, Rosmini, entre otros). Para ellos no es precisa una demostración racional de la existencia de Dios, puesto que basta una mostración de lo que es por sí mismo evidente.
2.ª Otros, los fideístas, creen que a Dios se puede llegar por la fe, pero no por la razón. La fe es para ellos un modo de saber, pero no racional ni basado en la razón, sino completamente ajeno a ella. Cabe citar entre éstos a Daniel Huet (siglo XVII) y a las corrientes que dan a la fe una fundamentación afectiva o sentimental (siglo XIX).
3.ª Otros, en fin, afirman que Dios no es evidente (en esta vida), pero tampoco es inasequible para la razón. Según ellos, la existencia de Dios es demostrable racionalmente. Tal es la posición ortodoxa católica. Si Dios fuera evidente (como para los ontologistas), la fe carecería de todo mérito moral; si fuera inasequible a la razón (como para agnósticos y fideistas), la teología no podría ayudarse de la razón ni ésta nos conduciría a la verdadera causa de las cosas.
DEMOSTRABILIDAD DE LA EXISTENCIA DE DIOS
Cuando Pablo de Tarso entró en diálogo con los filósofos en Atenas, empezó a hablarles del Dios desconocido, a quien se puede «buscar y hallar a tientas, que no está lejos de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y existimos». Ese es justamente el punto de partida de nuestro tema: inevidencia de Dios y posibilidad de llegar a conocerlo.
1) Inevidencia de la existencia de Dios.- Santo Tomás se plantea el problema en estos términos: si la existencia de Dios es evidente de por sí, en contraposición a las evidencias mediatas por demostración y a lo totalmente desconocido. El planteamiento es más que hipotético; la historia de la teología registra muchas respuestas afirmativas que vamos a recordar sucintamente. Unas son de carácter intelectual; otras son más bien sentimentales, vitalistas o existenciales. Las primeras tienen su máxima expresión en el Ontologismo; las segundas, en el Modernismo.
Por Ontologismo se entiende el sistema filosófico que da a Dios prioridad lo mismo en el ser que en el conocer: Dios es lo primero que conoce la inteligencia humana, y en él y por él conoce las demás cosas. La denominación de ontologismo (debía ser más bien teologismo) se debe a Gioberti (m. 1852), aunque quien pretendió justificarlo más extensamente, a base del carácter eterno y necesario de nuestras ideas claras y distintas, fue Malebranche (m. 1715).
Describe así el sistema el ontologista Fabre: «El ontologismo es un sistema en el cual, después de haber probado la realidad objetiva de las ideas generales, se establece que estas ideas no son formas o modificaciones de nuestra alma: que no son nada creado; que son objetos necesarios, inmutables, eternos y absolutos; que se centran en el Ser simplemente dicho, y que este Ser infinito es la primera idea captada por nuestro espíritu, el primer inteligible, la luz en la cual vemos todas las verdades eternas, universales y absolutas. Los ontologistas dicen, pues, que estas verdades eternas no pueden tener realidad fuera de la esencia eterna; de donde concluyen que ellas no subsisten sino unidas a la sustancia divina, y que no puede ser sino en esta sustancia donde las vemos».
Prescindiendo de la denominación moderna de ontologismo, la historia de la supuesta intuición natural o evidencia inmediata de Dios ofrece muchas incidencias a través de los siglos; unas veces por influjo manifiesto de filósofos anteriores, otras veces como ocurrencias más o menos espontáneas.
La doctrina platónica de la contemplación de las ideas (separadas y subsistentes), especialmente de la idea de «aquella Belleza que ni nace ni muere, que es en sí y existe por sí», puede considerarse como un equivalente antiguo de la intuición natural de Dios. Su influjo se ha hecho sentir en la teoría neoplatónica del conocimiento (intuición de las ideas que subsisten en Dios) y en la agustiniana de la iluminación del Verbo.
En el siglo II, en los medios gnósticos (Valentín, Ptolomeo), según las referencias de San Ireneo, se profesaba la intuición inmediata de la esencia divina. En el siglo IV sobreabundan en el mismo sentido los eunomianos, que llegan a afirmar que el hombre conoce intuitivamente la esencia divina en este mundo tan perfectamente como Dios se conoce a sí mismo. Diez siglos más tarde, los begardos y beguinas enseñaban, según refiere el Concilio de Viena (1311-1312), que «cualquier naturaleza intelectual es en sí naturalmente bienaventurada y no necesita del lumen gloriae que la eleve para ver a Dios y gozar de él». En el siglo XV algunos teólogos místicos de tendencia neoplatónica (Gerson y Marsilio Ficino) reinciden en semejante intuicionismo teológico.
Doctrina afán al ontologismo, ampliamente difundido en el siglo XIX por obra de Gioberti (m. 1852) y Rosmini (m. 1855), aunque esencialmente diferente de él (al no profesar el intuicionismo objetivo), es el sistema de Descartes (m. 1650) de las ideas innatas, entre las que estaría la idea de Dios en su equivalente de infinitud y perfección. Y, aunque no sea ni ontologista ni innatista propiamente, en esa misma línea está el famoso argumento ontológico de San Anselmo (m. 1109), que pretende descubrir la existencia de Dios en el mero análisis de la idea de Dios. Es otro apriorismo subjetivista.
Los Modernistas decían tener conciencia de la existencia de Dios por vía de experiencia religiosa, sentimental, personal, previa a cualquier razonamiento o demostración (que, por lo demás, no es posible, puesto que la razón humana no puede trascender el orden de los fenómenos y de la finitud). Aunque su radical agnosticismo (con la consiguiente negación de la teología natural y de la revelación externa) les llevaría al ateísmo absoluto, el hecho religioso les retrajo de este extremo, y buscaron explicación a la fe religiosa.
Esta, como hecho de vida, tiene su fundamento en la inmanencia vital: se da en el hombre una indigencia de lo divino, a nivel de subconsciencia, que, al ser percibida a nivel consciente por el «sensus religiosus», origina la fe y los demás hechos religiosos. Dios es, pues, algo incognoscible, pero sentido nebulosamente como algo divino que responde a una indigencia vital. Esta posición teísta, aunque intelectualmente agnóstica, ha sido cuidadosamente descrita por San Pío X en la encíclica Pascendi (1907).
La posición agnóstico-vitalista de los modernistas de tiempos de San Pío X (Loisy, Tyrrel, Fogazzaro, Le Roy), en cuanto a la aceptación de la existencia de Dios al margen del razonamiento y de la intuición intelectual, conecta muy directamente con varios autores del siglo XIX y tiene sus reflejos posteriores hasta nuestros días.
Jacobi (m. 1819) profesa una «filosofía de la fe y del sentimiento», según la cual la existencia de Dios, como del incondicionado, es inmediatamente evidente, no a nivel de razón, sino de sentimiento o afecto. El sacerdote francés Gratry (m. 1872) habla de un sentido divino por el que se establece cierto contacto con Dios en la interioridad del yo, donde Dios reside. Ya en el siglo XVII, Tomassino (m. 1695) había hablado de un sentido arcano con semejante función religiosa.
En lo referente al sentido de indigencia de lo divino, el modernismo tiene mayor afinidad a n con los autores protestantes liberales Schleiermacher (m. 1839), Ritschl (m. 1889) y Sabatier (m. 1901), que reconocen a Dios como término de un sentimiento espontáneo de dependencia de lo infinito, cuya existencia resulta indudable, aunque su contenido esencial sea confuso. A Dios no se le demuestra racionalmente, se le siente en el corazón.
Posteriormente a la encíclica Pascendi, dependiendo de o coincidiendo con los modernistas y predecesores, la idea de un contacto preconceptual o de un sentimiento de lo divino, previo o al margen del razonamiento metafísico, se encuentra en varios autores de nuestro siglo, algunos de los cuales (Bergson y Blondel, por ejemplo) ya habían expuesto pensamiento antes de los modernistas. Tal ocurre con Max Scheller (m. 1927) con su captación religiosa de Dios, por vía de amor, como valor originario; con Rodolfo Otto (m. 1937) con su sentimiento de lo numinoso; con Bergson (m. 1941) para quien la religión es parte del plan vital, y la existencia de Dios se percibe místicamente en este dinamismo inmanente.
Tal como se observa -decía él- en la vida de los santos; con Blondel (m. 1949), para quien el único camino de acceso a Dios es la «acción vital» que, en la totalidad de su exigencia, postula la existencia de Dios; con Lavelle (m. 1951), con su fe existencial en la existencia de Dios, previa a las pruebas que la justifiquen; con Gabriel Marcel (m. 1974), con su intuición de la copresencia de Dios en la oración, que da evidencia, previa también a toda prueba, de su existencia; con Carlos Rahner, con su aprehensión preconceptual (de signo heideggeriano) de Dios.
La solución crítica de este primer problema incluye las razones positivas de la inevidencia de la existencia de Dios y la valoración de las actitudes ontologista y modernista.


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